Titus Groan, de Mervyn Peake (1946). El esplendor de la tiniebla. Por Llosef

Primera parte de la conocida como Trilogía de Titus o Trilogía de Gormenghast, completada por Gormenghast (1950) y Titus solo (1959), Titus Groan es una novela tan monumental como extraña, única, un eslabón solitario en su estilo. Tan es así que ni tan siquiera se la puede considerar como la primera pieza del tablero de una trilogía, pues la idea original de Peake era realizar una serie de libros en la que se iría narrando la vida de Titus a lo largo de los años. No llegó ni a terminar el tercero, pues Titus solo no es más que un proyecto de novela: el autor murió sin poder darle fin.

Resultado de imagen de Titus Groan, de Mervyn Peake (1946)La sensación que domina el espíritu al leer Titus Groan es la de contemplar un gran cuadro, un enorme fresco antiguo procedente de otro tiempo repleto de figuras y detalles, o más propiamente un tapiz de un castillo abandonado del cual, entre el polvo acumulado por los siglos, sólo pudiéramos entrever sombras iluminadas por breves notas de color. A cualquier lugar donde uno mire siempre encuentra algo en lo que detenerse y extasiarse. Cientos de historias que se suceden en un lugar limitado, un marco formado por el alucinante castillo de Gormenghast, pero con tantos meandros, muros, pasillos y escaleras, recovecos y rincones que se antoja inabarcable. Es el infinito contenido en una estática fotografía. Y al moverse, desplazarse por el oscuro lienzo los personajes, una película en la que no dejan de suceder cosas a cámara lenta. El efecto es hipnótico hasta lo enfermizo, embriagador hasta lo alucinatorio. Un cenagal de aguas estancadas en el que crecen las flores más bellas y extrañas, en el cual el olor nauseabundo del limo se entremezcla con el aroma mágico y mareante que desprenden las páginas de un libro antiguo. Es la más extasiante belleza del horror. Y todo expresado con la más hermosa forma, las más oscuras desesperación y tristeza, el sentido del humor más elevado y desencantado.

A los doce días del nacimiento de Titus, su futuro como heredero del castillo de Gormenghast parece caer sobre él como una fría y pesada losa. Pero justo antes de que esto se haga realidad incuestionable para el lector, Titus ya ha golpeado esa fría losa con su cabeza al dejarlo caer el viejo Agrimoho (el apergaminado maestro de ceremonias de Gormenghast) de entre sus manos en la ceremonia del bautizo. Más exacto: Titus cae de entre las páginas del libro que lo abrazaban y que el pobre Agrimoho apenas podía sostener. Uno más de los inacabables ritos y formalismos que rigen la vida en el castillo de Gormenghast, que lo ahogan con un vaho de carroña. Este continuo vaivén entre lo siniestro y lo ridículo, lo oscuro y la caricatura, el dolor y la risa (enloquecida, se entiende) es el tono que Peake impone a su obra y la hace irresistible. Justo cuando intentamos pensar en lo exagerado de la narración, justo ahí retorna la voz más burlona de Peake para recordarnos que éste es el juego.

Así, la ceremonia del bautizo de Titus, que ya hemos visto cómo contiene este momento chocante y ridículo que induce a la burla de tanta pompa, no deja de resultar la expresión de un mundo decadente que agoniza encerrado en sí mismo, que desde el nacimiento clama a la oscuridad, la tristeza y la melancolía. Desde su rito y representación ridículos, tan antiguos como incomprensibles, hasta las palabras ominosas de Agrimoho presidiendo el ritual.

En la novela no dejan de suceder cosas en un tiempo que parece no avanzar.

En su inicio, Peake dedica cien páginas a contar el nacimiento de Titus (bueno, vale, exactamente son 81 páginas) y la reacción de los habitantes del castillo de Gormenghast. Así Peake nos introduce de manera magistral en el mundo cerrado, laberíntico y rígido del castillo al tiempo que nos presenta un buen puñado de extrañísimos personajes.

El bautizo de Titus, el siguiente gran acontecimiento de la novela, se desarrolla a lo largo de 43 páginas.

Quizá el ejemplo más característico de cómo Peake detiene el tiempo y se extasía en la descripción de un momento ínfimo para cargarlo de poesía malsana, pero siempre de una belleza mareante, es cuando, en la página 165, dedica diez líneas para contar cómo Pirañavelo muerde una pera. ¡La repera!

Los personajes que se deslizan por este decorado son de una originalidad y una fuerza increíbles. Me detendré brevemente en sólo dos de ellos: en la joven Fucsia, hermana de Titus, y en el viejo Rottcodd, el guardián de la Sala de las Tallas Brillantes. Tan distintos, pero que para mí no dejan de resultar dos iguales. Ambos representan el anhelo de la soledad, la felicidad del aislamiento. En Fucsia, se trata de la fantasía adolescente preñada de figuras e ilusiones iridiscentes. En el caso de Rottcodd, de la sepulcral vejez, teñida de sombras y polvo. Cuando Fucsia ya no pueda vivir por más tiempo en esa soledad es cuando nuestro corazón comenzará a romperse junto al de ella.

El estilo de Peake es deslumbrante, poderoso y poético hasta el desmayo. El doctor Prunescualo le hace un regalo a Fucsia, y así lo describe Peake: “Fucsia tomó la bolsa que le tendía el doctor y sacó a la luz de la lámpara un rubí como un terrón de cólera.” (p. 198) Mantiene por sí solo momentos tan intrascendentes como la reunión final de algunos personajes al borde del lago como el alucinante enfrentamiento definitivo entre Excorio, el mayordomo, y Vulturno, el jefe de cocina, en la Sala de las Arañas, tanto tiempo postergado, con el telón de fondo de los filamentos de plata iluminados de manera espectral por la luna. Sobrecogedor y brutal. Y su horrenda culminación, de una poesía macabra, oscurísima, una imagen surrealista (-¡no leas estas líneas entre paréntesis si aún no has leído la novela!- el cuerpo blando de Vulturno que al ser arrastrado por las escaleras va tomando sus formas, adaptando su cuerpo a los escalones; y los búhos devorándolo, junto a Lord Sepulcravo, padre de Titus, ante la fría mirada de la luna y los espantados ojos de Excorio) tan sórdida como fascinante debido a su tremenda fuerza.

Peake pone fin a su novela con otra envarada y ancestral ceremonia, Titus ya con dos años de edad, listo para continuar con sus espectrales aventuras en el tomo siguiente.

PEAKE, Mervyn. Titus Groan. Traducción de Rosa González y Luis Doménech. Madrid: Minotauro, 2003. 567 p. Pegasus. ISBN 84-450-7456-3.

Comentario publicado en La décima víctima

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