Mi HERMANITA, por Tanya Tynjälä

Aún recuerdo el día en que “ella” Llegó a casa. Fue el mismo en que mi hermanita dijo “ma”. Se la compraron como premio por su primera palabra.
Al primer vistazo, pude sentir su maldad. No sólo era la muñeca de trapo más fea que hubiera visto, sino que además sus ojillos de botón brillaban con un odio feroz.
A mi hermanita sin embargo, le fascinó. Estoy segura que algún encantamiento le lanzaría.
—¿Qué pasa? No estarás celosa.- Me preguntó mamá al verme tan seria y silenciosa.
—No… solo que… ¡Es tan fea! Tiene un ojo más arriba que el otro, no tiene nariz y su boca torcida no está completamente cerrada… parece como si tuviera dientes afilados. ¿Y por qué su pelo de hilo está tan anudado y sucio? ¡Y ese color verde!
Papá rió.
—¡Exageras! ¡Tampoco es tan fea! O más bien, su fealdad es parte de su encanto. Además a tu hermanita le gusta y es para ella. La próxima vez que aprendas algo nuevo, te compraremos un juguete a ti. ¿Te parece?
Así dieron nuestros padres por terminada la discusión. Colocaron a mi hermanita en su corralillo y se sentaron a ver la tele. Era mi programa favorito, pero no podía concentrarme en él, pues me era imposible despegar los ojos de la pequeña besando y abrazando a esa horrible muñeca que no me inspiraba confianza. Fui a mi cuarto y escogí la más bonita Barbie que tenía. Bajé rápidamente y traté de intercambiársela a por la muñeca fea. Ella empezó a llorar. Mama se acercó de inmediato y me arrebató la Barbie bruscamente de las manos.
—¿Pero no te he dicho que estas muñecas no son adecuadas para una niña tan chiquita? ¿Qué quieres? ¿Hacerle daño a tu hermanita?
Y es que desde que ella había nacido, nuestros padres no dejaban de preguntarme qué era lo que sentía por ella, que si pensaba que ya no me iban a querer tanto al no ser más el bebé de la casa… Y por más que trataba de explicarles que me sentía muy feliz de ya no estar sola y de ser la hermana mayor, ellos parecían descubrir en cada uno de mis actos signos escondidos de mis supuestos verdaderos sentimientos. “Sentir celos es normal”, repetían. Entonces ¿Por qué hacían tanto problema con el asunto?
Es así como todos mis intentos por deshacerme de esa muñeca, fueron interpretados como ganas de llamar la atención o como odio reprimido o como no sé qué otras cosas más hasta el punto de llevarme al doctor.
Yo traté de explicarle a él lo mismo que a mis padres: había algo maligno en esa muñeca y estaba segura de que terminaría por hacerle daño a mi hermanita. La prueba era los pequeños arañazos que misteriosamente aparecieron en su cuerpo ni bien llegó a casa. Y no, por supuesto que yo no los causaba. Él, claro, (al igual que ellos) le echó la culpa a mi gran imaginación y dijo además que los arañazos eran muy naturales en un niño pequeño que aprende a conocer el mundo. Agregó que me notaba un poco tensa, pero que no había motivos para alarmarse. Me prohibió ver tanto la tele (“Sobre todo programas violentos” –Dijo- “Y hay que desconfiar de los dibujos animados, algunos son bastante agresivos”) y me recetó pastillas para relajarme y dormir mejor. A lo primero tuve que resignarme, pero a lo segundo me negué. Mamá ponía la pastilla en mi boca y en cuanto ella se descuidaba, yo la escupía. Por suerte. De lo contrario no habría estado despierta esa noche.
Un extraño sonido proveniente del cuarto de mi hermanita me despertó. Era como si un objeto fuera arrastrado por el piso. Me levanté y cuidando de no hacer ruido me dirigí para allá… es ahí cuando mis sospechas se confirmaron.
La muñeca estaba sobre el pecho de mi hermanita, con su asquerosa boca exageradamente abierta, mostrando sus inmensos y puntiagudos colmillos. Parecía como si absorbiera el aliento del bebé, mientras ella, inocente, dormía. Sus labiecitos comenzaron a ponerse morados. Grité mientras saltaba hacia su cuna y de un golpe, lancé a la muñeca hacia la pared. Mi hermanita se despertó bruscamente y empezó a llorar desconsolada.
Nuestros padres se precipitaron al cuarto. Sus miradas de horror y desconcierto fue lo que más me hirió. Por supuesto no creyeron mi historia. Empecé a ver al doctor dos veces por semana en vez de una y contrataron un a niñera que debía vigilarnos constantemente, además de dormir en el mismo cuarto con mi hermanita. Quizá pensando ser considerados, me dijeron que esto no tenía nada que ver con el episodio nocturno, sino con el hecho de que el doctor la había encontrado un poco baja de peso para su edad y demasiado cansada. En ningún momento se les ocurrió relacionarlo con la llegada de la muñeca. Probablemente pensaban que en eso también yo tenía algo que ver. Fuera como fuera, yo me sentí aliviada con la presencia de Ana en la casa. Si la bebé no se quedaba sola, la muñeca no podía hacerle daño.
Sin embargo la tranquilidad no duró mucho. Mis padres salieron al teatro esa noche. Ana nos preparó de comer y luego se puso a ver la tele conmigo, mientras mi hermanita jugaba en su coralillo. A Ana le parecían exageraciones del doctor y de mis padres todo lo concerniente a mi “problema”, así que en cuanto podía, quebraba las reglas. Era casi mi cómplice. Inclusive a ella tampoco le gustaba la muñeca así que la dejaba en el cuarto a la primera oportunidad. Ella era mejor que yo para convencer a mi hermanita de cambiar de juguete.
De pronto sonó el teléfono. Ana contestó como si hubiera estado esperando la llamada. Era su novio. Estaba en el ejército y tenía esa noche libre. Quería verla y ella aceptó.
Sacó a mi hermanita del coralillo y la puso a mi lado.
—Tengo algo importante que hacer.
—¿Ver a tu novio? ¿Por qué no viene acá?
—Porque…—Dijo un poco incómoda—no le gustan los niños. ¿Entiendes? Sólo me tardaré unos minutos.
—Mamá dice que no puedes dejarnos solas.- Repliqué alarmada.
Ana suspiró y miró al techo mientras negaba con la cabeza.
—Sí, esa tonta idea de que le vas a hacer daño a tu hermanita. Mira, no debes escuchar esas estupideces.—Me decía mientras me tomaba el rostro en sus manos.— Tú eres una niña buena y responsable. Te juro que me quedaré sólo unos minutos. He sacado a la niña del corralillo, así te puedes ocupar de ella si necesita algo. No queremos que te hagas daño tratando de sacarla de allí. ¿No?
Y diciendo esto se levantó, y tomo su bolso para dirigirse a la puerta.
—¡Pero “esa” le puede hacer daño!
Ana paró en seco y se volvió hacia mí
—¡Ah! Sí, la historia de esa horrible muñeca. —Me empezó a hablar con ese ridículo falso tono ceremonioso que tiene los adultos al dirigirse a los niños: igual que si fuéramos tontos.—No hay nada que temer. Está en el cuarto. Ni ella puede bajar las escaleras ni tu hermanita puede subirlas pues las barreras se lo impiden. Ahora me voy solo a la cafetería de la esquina. Nada más que por cinco minutos, te lo prometo. ¿Qué puede pasar en cinco minutos? ¡Por favor! ¡Pórtate bien! No tardaré.
Fue la primera vez que me di cuenta lo terrible que puede ser romper las reglas. En cuanto la puerta se cerró, empezaron los murmullos. Decidí ignorarlos y me puse a jugar con mi hermanita. Luego ya no fueron murmullos, sino claramente su nombre. La muñeca la llamaba. Mi hermanita empezó a gatear hacia la escalera. Yo corrí hacia la salida y abrí la puerta para ver si Ana aún estaba cerca, pero no pude verla por ningún lado. Es más, me parecía que toda la calle estaba desierta. Cuando regresé al salón, mi hermanita estaba por la mitad de la escalera. ¿Cómo logró ella abrir la barrera de seguridad? Subí precipitadamente, puede ver que la barrera de la segunda planta también estaba abierta y tuve miedo, mucho miedo. Trataba de convencerla para que baje. No me atrevía a cargarla, temía que se me cayese de los brazos. No podía detenerla. ¿Cómo hacerlo si yo sólo tenía 6 años? Pero traté, con todas mis fuerzas, lloraba, le suplicaba, le prometía cosas. Traté, juro que traté.
Llegamos a la puerta del cuarto. La muñeca seguía llamándola. Decidí entrar y enfrentármele. Encendí la luz. Recorrí todo el lugar con la mirada sin poder encontrarla.
—¡¿Qué quieres?! ¡¿Qué buscas?! ¡¿Por qué quieres hacerle daño a mi hermanita?! –
El cuarto se encontraba en completo silencio. Entonces se lo dije y me salió del corazón. Sí, realmente del corazón. - ¡No le hagas daño, por favor! ¡Tómame a mí! ¡Lo que quieras hacer, hazlo conmigo!
La puerta se cerró detrás de mío y un fuerte golpe en la cabeza me hizo desmayar, no sé por cuanto tiempo. Cuando desperté el cuarto estaba tan oscuro… no podía distinguir nada. El terror se apoderó de mí. ¿Estaba muerta? ¿Entonces, eso era? ¿La muñeca me había intercambiado por mi hermanita? ¿Y qué había pasado con mi…?
—¿Hermanita?
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—Es un caso muy extraño. – Explicaba el jefe del departamento de psiquiatría a la joven residente.- Hace ocho años que está aquí y no muestra el más mínimo cambio. Se aferra a su historia, que sigue siendo tan coherente como el primer día. Inclusive parece sincera cuando habla del amor que siente por su hermana. Para ella, todo sucedió tal y como lo cuenta. Esa es su realidad.
La joven observaba por la ventanilla de la puerta a la adolescente que, sentada en el suelo no dejaba de arrullar una muñeca de porcelana.
—¿Y esa muñeca? ¿De dónde salió?
—Ese es otro misterio. Nadie lo sabe. Los padres jamás compraron una muñeca así. Las dos niñas eran muy pequeñas para un juguete tan delicado. La aparición de esta muñeca es tan misteriosa como la desaparición de la muñeca de trapo y de la pequeña. La policía jamás pudo encontrar el cuerpo. Pero… todo hace suponer que está muerta.
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No sabía lo que quería, no sabía cómo defenderte. No podía imaginar que lo que deseaba era jugar contigo para siempre en su mundo. Y ahora lo único que te une al nuestro es este cuerpo de porcelana.
Quizá haya alguna manera de hacerte volver. Quizá encuentre la manera de liberarte de tu prisión de porcelana. Mientras te mantengas entera, mientras no te rompas, quizá puedas regresar. Debo encontrar el modo, debo encontrarlo. Mientras tanto, no te preocupes hermanita, yo te protegeré, yo te protegeré.

©Tanya Tynjälä. Prohibida la reproducción sin la autorización del creador.

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